Arturo
Pérez-Reverte
"Esos soldados y esa soldada"
Cada año, con
morboso deleite, espero la aparición del cartel del Día de las
Fuerzas Armadas como otros esperan que en el Rocío salten la verja. Y
nunca defrauda, oigan. Se supera a sí mismo. Como dispararle a la gente
-ocupación principal de toda fuerza armada, porque en otro caso
sería fuerza desarmada- es propio de malos rollos y de fascistas, y como
por otra parte unas fuerzas armadas desprovistas de armas, aparte de un
disparate, serían absurdas cuando el enemigo sí las tiene, los
del cartel las pasan putas para resolver la contradicción, atando
año tras año esa mosca por el rabo. Para darnos, en fin, una
imagen simpática, amable, dicharachera, tierna, incluso pacifista -que
ya es rizar el rizo-, de las mujeres y hombres a los que confiamos la defensa
de los valores que todos defendemos, etcétera. De nuestros solidarios,
simpáticos, democráticos, soldadas y soldados.
No hubo desilusión, ya digo. El cartel se ajustó al más
ortodoxo canon de la gilipollez castrense, también definible como la
puntita nada más o no me tomen por lo que no soy. No vayan a decir, por
Dios, que los militares españoles estamos para darle al gatillo. Al
contrario. ¿Qué es un gatillo?, parecen preguntar, seductores,
los tres guapos militares que aparecen a la derecha del cartel. Por supuesto,
ella, la soldado -esta vez una marinero, con ese bonito uniforme que
prohíben llevar por la calle, para no provocar-, está en primer
plano. A la izquierda tiene a un piloto guaperas y a la derecha a un cachas de
la Brunete, o de por ahí. Por supuesto, los tres sonríen. Se ven
sanos, limpios, tan bien alimentados que dan ganas de alistarse. Y como era de
esperar, no hay a la vista un fusil, ni nada que dispare. Nada antidemocrático.
Como mucho, al fondo, difuminado, se ve un helicóptero. Pero ojo. Que
nadie piense mal. Se entiende que ese helicóptero vuela cargado de
medicinas y leche condensada, lucha contra algún incendio o, lo
más probable, cuida de que la patera más próxima llegue
sin problemas a Tarifa. Porque si ese helicóptero estuviera en
misión de guerra -palabra inexistente para nuestro ministerio de
Defensa-, dando o recibiendo candela, achicharrando a terroristas
islámicos o a piratas somalíes, no salía en la foto ni
harto de sopas.
La parte más
entrañable del cartel es la de la izquierda. Allí, encarnando los
valores que todos defendemos, hay un padre con su bebé en brazos y
detrás dos niños -uno de ellos negro, bonito detalle- jugando a
la pelota. Es una pena que el diseñador del asunto no haya puesto, en
vez de un papi con niño, a un soldado varón de uniforme -pintura
de camuflaje en la cara molaría mazo- dándole un biberón a
la criatura. Y entre los dientes, en vez de cuchillo de comando, un clavel
reventón. Así que lo sugiero para el año próximo.
Desaconsejando, cuidado con eso, que metan a una mujer soldado en vez de a un
mílite varón con el lactante. Desprendería un tufillo
machista, y de ahí a una interpelación en el Parlamento y a una
tormenta en las redes sociales sólo habría un paso. O menos.
Algún lector
militarista y fascista objetará que en esos carteles nunca aparecen los
soldados que pintó Ferrer-Dalmau en su cuadro La patrulla: los que se la juegan y a
veces mueren. Ésos que cada gobierno español utiliza para
reforzar su prestigio en los foros internacionales -prestigio del que
allí todos se tronchan- pero luego esconde para que nadie crea que le
parece bien que existan; pues eso contradice el concepto de unas absurdas
fuerzas armadas desarmadas, en plan oenegé, que desde hace tiempo se
empeñan en meternos con calzador. Dirán algunos lectores
psicópatas que, puestos a tener soldados, prefieren gente dura y
mortífera, que cause tanto respeto al enemigo que éste se acojone
cuando la vea. Y que, puestos a pegar tiros -en las guerras siempre ocurre,
tarde o temprano-, es preferible que quienes más y mejor matan
estén de tu parte. Otra cosa es que, consecuentes con la estupidez
oficial, negándonos a ejercer legítima violencia cuando
ésta sea inevitable, nos sentemos en las plazas y encendamos mecheritos
hasta que los malos -aunque sea flaquito y desnutrido, el malo siempre es el
que te dispara- se retiren conmovidos por nuestro pacifismo ejemplar. O, para
reducir trámites, nos rindamos directamente. Aunque hay posibilidades
más enérgicas, como disolver las fuerzas armadas y subcontratar a
tipos acostumbrados a trabajar para gente seria. A los marines gringos, por
ejemplo, que no se cortan ni al afeitarse. O a los paracas franceses, que se
mueven por África y el Pacífico como Pierre por su casa. O a los
yihadistas sirios, que últimamente han cogido mucha práctica. O a
Putin, a quien se la refanfinfla todo. Cualquier cosa menos seguir haciendo el
payaso.
XLSemanal - 07/7/2014